Los Derechos Humanos y las organizaciones que trabajan en su defensa, persiguen fines tan nobles como el encontrar justicia, respeto, libertad y calidad de vida, no solo para los miles de millones de hombres y mujeres que existen ahora, sino también para todos los que vendrán después. A pesar de lo noble y necesaria que es su misión, a menudo vemos críticas prejuiciosas contra estas organizaciones. Esto tiene que cesar.
La Declaración Universal de Derechos Humanos manifiesta en su primer artículo: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Es la expresión de una hermosa idea, que para sus más fervientes partidarios no ha sido simplemente tinta puesta sobre el papel; sino un mandato al que han dedicado gran parte de sus vidas a ponerlo en práctica.
Allí donde los tiranos han hundido a los inocentes en la oscuridad de sus calabozos, los luchadores por los derechos humanos han extendido su mano y han sido una fuente de esperanza y protección para los desamparados; allí donde el odio racial ha querido dividirnos en colores, han puesto el brazo para ganarle la pulseada a la discriminación; allí donde empresas irresponsables han generado tremendos perjuicios a la salud de los pobres, privilegiando el apetito por el lucro por sobre la dignidad humana, han ayudado a las comunidades afectadas a defenderse; y allí donde la mujer ha sido tratada como ciudadana de segunda categoría, han luchado por la igualdad de género.
¿Qué podemos objetarle a lo anterior? Nada, y sin embargo en nuestro país se está volviendo común encontrar comentarios sumamente agresivos en contra de los derechos humanos y sus defensores, ya provenga de cibernautas comentando en periódicos digitales o incluso de miembros del Parlamento sugiriendo que los derechos humanos sean suspendidos.
¿A qué se debe esto? En algunos casos, personas podrían oponerse a los derechos humanos por resultarles un obstáculo para aplicar su odio hacia algún grupo de personas, es el caso de los racistas, los intolerantes religiosos, etc. Pero la mayoría de las manifestaciones de este tipo, tienen su origen no en esto último; sino en una idea errónea pero últimamente muy extendida: los derechos humanos son un obstáculo para combatir al crimen, y en ocasiones incluso sus activistas tienen algún grado de complicidad con los criminales.
¡Nada más falso! Esta idea se alimenta al ver dos cosas. Primero, que cuando el estado comete abusos contra un detenido acusado de cometer un delito, estas organizaciones defienden su derecho a un debido proceso. Debe entenderse que esto no se hace con la intención de proteger el crimen, el objetivo es asegurar con el debido proceso, que ningún inocente sea privado de su libertad por un acto que no haya cometido, algo sumamente importante en un país como el nuestro, en el cual la mayoría de los ciudadanos encarcelados están en prisión sin contar con una sentencia judicial. Por otro lado, en los casos en que ya se ha comprobado la culpabilidad del acusado, se trata de controlar que no se cometan abusos contra los derechos de los condenados. Una vez más, esto no puede ser visto como un gesto de contribución al crimen; sino como una defensa del auténtico principio que debe dirigir la política de encarcelar a los transgresores de la ley: la rehabilitación de la persona para una vida pacífica y próspera en sociedad. Algo que a menudo olvidamos, empujados por la sed de venganza que seduce en el calor del momento luego de que un crimen se cometa.
Quienes se opongan a la defensa de los derechos de los condenados a prisión, creyendo que la aplicación de brutalidad sobre los mismos y la violación de sus derechos humanos son la clave para la seguridad pública, simplemente tienen que mirar al resto del mundo para descubrir su error. Noruega, Islandia y los demás países que se encuentran entre los más seguros del mundo, no destacan por su brutalidad castigadora, al contrario, son excelentes ejemplos de estricto respeto a los derechos humanos.
En segundo lugar, la idea del crimen recibiendo una suerte de complicidad de grupos defensores de los derechos humanos, se nutre también al no verse a menudo manifestaciones de estos grupos apoyando a las víctimas del crimen común y condenando a los criminales en las calles. Aquí debe señalarse que si estas organizaciones critican mucho a los gobiernos y no hacen énfasis en el daño provocado por los criminales en las calles, esto no equivale a disculpar ni mucho menos a apoyar al crimen, esto simplemente deriva del hecho de que ya existe una entidad encargada de velar por la seguridad pública, el Estado.
Es el Estado quien debe velar por proteger al ciudadano del "crimen privado". ¿Qué se espera de organizaciones como CODEHUPY, Amnistía Internacional, entre otras? ¿Que venzan al EPP y detengan a los motochorros lanzando comunicados a la opinión pública? Mil comunicados cambiarían nada; ya que los delincuentes comunes no responden a la opinión pública, como si lo hacen en alguna que otra medida los gobiernos. Insistamos una vez más en ello, es el Estado quien debe protegernos del crimen en las calles, las organizaciones de derechos humanos, nos protegen de los excesos del Estado, he ahí el por qué hacen más énfasis en sus manifestaciones en lo que hace el gobierno que en lo que hacen los asaltantes.
Esto debería ser obvio para todos y llegará el día en que sea tan obvio que ya nadie tendrá que decirlo; pero mientras a muchos todavía se les escape, hay que decirlo: los derechos humanos son no de un grupo de personas, sino de la humanidad toda, y el humano que haga esfuerzos por desacreditarlos, sin saberlo, se está golpeando a sí mismo.
Enviado a la agencia SCNoticias por:
Enrique Cosp
Estudiante de Historia
Universidad Nacional de Asunción