En un contexto que muy bien puede ser descrito por los números y las estimaciones, es importante comenzar puntualizando que el distrito de Mariscal José Félix Estigarribia es el más grande del país, con una superficie de 76.003 km² y para cruzar del extremo norte al sur hay que recorrer una distancia aproximada de 551 km. Los caminos son regulares, malos y muy malos, agregar otro calificativo positivo a la escala sería arriesgarse demasiado al error.
Los suelos son poco aptos para la agricultura, hay escases de agua, temperaturas entre los 40° y 48° centígrados, y por su enorme extensión se dan situaciones como que en un mismo periodo del año las zonas rivereñas al río Pilcomayo están aisladas por las inundaciones mientras que el centro y norte sufren duras sequías.
La prácticamente inexistente presencia del gobierno y la displicencia de los gobiernos locales mantienen el estándar de necesidades básicas insatisfechas lejos de los niveles mínimamente deseables, el perfecto río revuelto para los pescadores en tiempos de elección.
En cuanto a los datos electorales, fueron habilitadas un total de 42 mesas, distribuidas en 9 locales para una cantidad de 11.684 ciudadanos habilitados para sufragar, tratando de mantener equidistancia entre los locales y los puntos más alejados desde donde los electores tuvieron que acercarse. En cualquier caso fue insuficiente, ya que muchas personas debieron desplazarse incluso 120 km para llegar a su lugar de votación.
En este contexto social y territorial vive poco menos del 20% de la población indígena del país, de muchas y variadas etnias y familias que, junto con los menonitas y latinos, constituyen el caudal electoral de la zona.
La realidad de la participación indígena puede ser didácticamente separada en dos partes: la participación como candidatos y como electores, pero en el primero de los casos no hace falta más que pocas precisiones, ya que en ninguno de los dos candidatos a intendente eran indígenas, y de los tres movimientos contendientes por la representación en la Junta Municipal los dos mayoritario se repartieron en partes iguales las doce bancas, y ninguno de ellos es indígena, situación que no extraña debido a la casi nula presencia de los mismo en los espacios de candidatos titulares
Respecto de lo segundo, el interés generalizado del elector latino y menonita, genera que los números decanten en la voluntad de los votantes indígenas, es ahí donde se identifica el origen de los “arreos”, compra de cédulas y la satisfacción prebendaria de las necesidades básicas del momento para este sector mayoritario de la población que se convierte en la herramienta de los pugnantes a los espacios de representación.
Por supuesto estas particularidades desembocan en las sumas siderales de los costos de campaña electoral, y la comisión de todo tipo de actos por mantener “a salvo a los votos” en las cercanías y ya durante el día de los comicios. Pero si bien la génesis se encuentra en las condiciones antes mencionadas, la actitud de la generalidad de los indígenas no es pasiva ni inocente, mucho menos de denuncia.
Líderes que ofrecen los votos de su comunidad a cambio de “víveres y zapatillas” o costos de 100.000, 200.000 y 250.000 guaraníes según el momento, extorsiones desde ambas partes al no llegar a un “acuerdo que resulte razonable”. Las personas son llevadas en colectivos, tractores, camiones, camionetas, motocarros y cualquier cosa que pueda llevar gente. Unos “tratos” que se cierran y otros que se caen. Comunidades que entran el juego de una suerte de “subasta” entre los contrincantes al poder.
Una frase recurrente expresada por líderes indígenas y que sintetiza acertadamente la dinámica de lo que ocurre se puede resumir más o menos de la siguiente manera:
“Vos necesitas los votos para tener el poder y yo tengo los votos, hoy tengo el poder y tengo que sacarte todo lo que pueda, porque después vos vas a tener el poder y el sueldo y yo no, y ahí vos vas a hacer lo que quieras y ya no vas a estar interesado en escuchar lo que te pido. Esta es mi única oportunidad”.
Ante tal forma en la que se dan las cosas, la buena o mala gestión en la administración de la municipalidad poco o nada tiene que ver con los resultados electorales, más bien el determinante será todo el dinero que se pueda gastar en la campaña.
Este fenómeno que es tan real como doloroso se repite desde hace 20 años en las elecciones municipales y generales, y en el estado actual de las cosas, es también tan improbable como urgente que existan cambios a corto plazo, no será pronto el día en que un artículo como este deje de tener tantas comillas que señalen la magnitud de la gravedad de la sociedad civil de Mariscal Estigarribia.
Roque Pignata.
Mariscal Estigarribia, 10 de enero de 2015.