Ya pasaron 27 años de ese espantoso régimen totalitario (que duró casi 35 años) en el cual, la memoria de algunos sigue frágil reavivando cada recuerdo de abusos y torturas psíquica y física.
Actualmente, aquellos sobrevivientes del reinado stronista sufren de pesadillas, insomnios terribles, por citar algunas de las mínimas secuelas que arrastran de los eternos días de salvajismo que vivieron de la mano de inhumanos que portaban uniforme militar y otros, el policial.
Además, en ese entonces, muchos de los sobrevivientes cuentan, que en el Departamento de Identificaciones, debajo de una de las escaleras, existía una celda de castigo en donde a los detenidos se los tenían en posición cuclillas durante varios días, provocando fuertes dolores, parálisis, e inclusive endurecimiento, que hasta hoy en día siguen sintiéndolo.
El núcleo familiar de muchos se vio muy afectado, a consecuencia de las persecuciones, secuestros, amedrentamientos, entradas y salidas de las comisarias (además del terrible Departamento de Investigaciones), torturas en las cárceles, que en lugar de soportar electroshock o asfixias en la pileta durante meses, preferían mil veces morir. Varios hogares se destruyeron y llegaron al punto de obligarse a dejar la tierra que los vio nacer, para siempre y con una limitada oportunidad de restablecerse en un futuro, aquí, en el país.
Tanto en el sector económico como social y otros, sufrió su largo tiempo de transición (desde el golpe militar a Alfredo Stroessner) con una tímida mirada de esperanza de un mejor Paraguay, en el que su gente se una a la misma causa: democracia.
Mientras que en el sentido político, Stroessner para cimentar su hegemonía en el plano nacional utilizó la vía de lo que Max Weber (filósofo alemán) llamaba “partidos del patronazgo”, que se refería a un sistema que solo privilegia al líder y a sus seguidores con todos los beneficios políticos de una red profunda de prebendas a través del Estado. Desde luego, en un país sumiso en el atraso, eran pocos los que disfrutan del sitio “justo, libre y seguro”.
Roa Bastos expulsado del Paraguay (1982) rumbo a Clorinda (Argentina).
El afamado escritor paraguayo Augusto Roa Bastos solía decir que el Paraguay es una isla rodeada de tierra, aforismo útil para explicar ciertas particularidades culturales pero suficientes para darnos una respuesta acertada a nuestros vaivenes políticos, sociales e históricos, bien que tenía razón, porque hasta ahora no se ha alterado en nada ese concepto del maestro.
Paraguay se encamina a la transición democrática, porque aún no es absoluta, arrastrando sus profundas cicatrices de indescriptibles sufrimientos, que dibujan un pasado negro o como bien lo describió en el título de su novela el periodista y escritor paraguayo, Alcibiades González Delvalle Un viento negro que se es incapaz de olvidar, pero eso debe ser una fortaleza para enfrentar y acompañar los nuevos desafíos de la sociedad de estos tiempos.
Por ello es agradable el aire de esperanza que muchos pueden respirar últimamente, en el que: la corrupción tiene rostro, nombre y apellido, las luchas contra crímenes a periodistas de a poco toma fuerza, la narcopolítica reinante en el país está a la vista de organismos internacionales, los sectores vulnerables ya no quieren escuchar discursos trillados de personajes que solo saben gritar y la fortaleza de los jóvenes que exigen por un lado, una mejor educación y buena alimentación para los niños que van a la escuela, mientras que por el otro, reclaman por la reforma universitaria, malla curricular con mayor énfasis en la investigación, métodos científicos y herramientas técnicas y prácticas para que salgan de las facultades preparados y puedan servir verdaderamente al país sin necesidad de cruzar las fronteras.
Fecha feliz para muchos y un día negro para otros, escudriñando la historia, indagando a personas de diversos estratos sociales quienes fueron partícipes de esos eventos pasados, se podrá apuntar a qué horizonte ir y saber cómo forjar un mejor Paraguay, con petardos o no, un 3 de noviembre o no.